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Fiesta (parte 3)

 

Cuando la música languideció hasta los alcances de Miles Davis ella me pidió que la acompañara. Nos dirigimos a su lugar en la barra donde la esperaba una copa medio llena. Hizo un gesto de negación y bebió un trago,  sentada en un taburete alto con las piernas cruzadas, desnudas hasta donde llegué a ver, y una sonrisa táctica. Realmente era una mujer preciosa. Tenía acento caribeño.
-Estás a tiempo – me dijo
-¿A tiempo? Esperá, ¿a tiempo para qué?
No responder era su manera intrigante de llevar las cosas, hizo un gesto como que le agradaba aquella música y, sin más me llevó de la mano nuevamente a la pequeña pista de baile, por llamarla de alguna manera, en realidad parecía obra de algún forzudo que la hubiese abierto a su paso por el salón arrastrando sillas y mesas.
Insistí en preguntarle por qué lo había dicho... lo de estar a tiempo.
-¿Ya van a cerrar?
-¿El pub? No, lo decía por la fiesta.
-¿Una fiesta? ¿Dónde?
-En el Castillo. Todo el mundo va para allá.
-Entiendo... por eso el pub está tan poco concurrido. Pero qué interesante ¿Y vos no vas a ir?
-Yo no puedo, lamentablemente me tengo que quedar, este es mi trabajo, soy la profesora de baile, ¿no te lo había dicho?
-Sí, creo que sí.
Ella volvió a sonreír. Me estaba desarmando.
- Por eso debo estar acá y sacar a bailar a los hombres.
-Por supuesto - Eché una mirada a los alrededores. Solamente había uno y estaba casi petrificado en una mesa, cincuenta años o más,  codo anclado en el mostrador y un brazo apuntalando su cabeza gris, la copa frente a él, intacta. Parecía que un entresueño estaba dentro de su cabeza haciendo estragos.
Volvió a hablar la música. Y después de una pausa...
-Porque, como te he dicho,  todos van a ir.
-Al castillo.
-Al Castillo.
-Pero vos no.
Se reía,  esta vez echó la cabeza hacia atrás y su pelo se soltó en cascada –Ganas no me faltan...- El vestido de la profesora era de una tela tan suave que se confundía con su piel. Mantuve mi mano en su espalda  - De ir a la fiesta, quiero decir... – susurró.
Debió parecerle que estábamos acercándonos mucho, se apartó discretamente y me recomendó que me anotara en sus clases. Yo le respondí que lamentaba mucho que mi barco zarpara al día siguiente, muy temprano.
-Oh, qué pena...Entonces nos vemos a la vuelta. Todos vuelven, no te preocupes. De cualquier modo no deberías perderte  lo de esta noche, ¿sabes?, no tiene desperdicio.
Sus ojos negros tenían la intensidad de las cosas que no dejan que te escapes. Solo que había en su comportamiento ciertas interferencias un tanto perturbadoras. En un momento desvió  la vista hacia afuera y me tocó el hombro, manteniendo su mano allí con firmeza como para retenerme, pero estaba claro que los vidrios empañados de la entrada no permitían ver lo que hubiera del otro lado. Fuese lo que fuera, la profesora  empezó a mostrarse incómoda a partir de ese momento. Pensé con desánimo que tal vez había algún asunto pendiente que debía atender. Luego ella dijo que le había encantado conocerme, dándome a entender así que no debía esperar otra cosa.
Y mientras que la trompeta no dejaba de patinar en el fondo lluvioso de unas escobillas, la profesora de baile iba a perderse  detrás de la cortina del vestidor cuando, repentinamente se giró y dijo:
 -En el embarcadero, a media noche, muelle cuatro.

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