En las calles había un ambiente festivo. Todos los que acababan de llegar a la isla se aglomeraban para tener la mejor vista de la caldera del volcán. Allí estaban fondeados los barcos que nos habían traído, además de las lanchas que trasladaban a los visitantes hasta el muelle, zumbando alrededor de los barcos como abejas atraídas por la miel. Nunca antes había estado en la isla, aunque me resultaba familiar. Caminé sin rumbo, deteniéndome en uno que otro puesto callejero. Di unas cuantas vueltas antes de comprender que era muy fácil perderse en una encrucijada. Con tantas callecitas y escalones arriba y abajo empezaba a preguntarme si realmente estaría yendo para la playa, quería ver de cerca ese barquito medio hundido que había descubrí en las rocas, donde debió encallar cuando intentaba alcanzar la orilla en su último día. Las puestas de sol por esas latitudes son impresionantes, el folleto no mentía. No había nada para reprochar. Se me fue el...