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Fiesta (Segunda Parte)


El barco entero para nosotros - festejó ella tras comprobar que todo estaba en orden para emprender la aventura. 
Cuando abordamos, la barca se escoró exageradamente haciéndonos tambalear, Sospeché que el viaje iba a ser más corto de lo previsto, expuestos a los cambios de humor que suele tener el Egeo con sus corrientes impredecibles y saltos de la profundidad, no llegaríamos lejos. Pero dejé que ella me convenciera de que nada malo podía suceder, solo quería estar a su lado. Además me intrigaba mucho ese castillo. Otra cosa que me intrigaba era cómo se propulsaba aquella cosa: aparentemente no dependía del viento, y tampoco tenía motor…
Ella se apoyó contra mi hombro y cerró los ojos -Deja de rezongar, estaba por quedarme dormida. Allá está la luna, mira.
El agua hacía espuma en el reflejo lunar cuando el barquero recogió el remo y lo hundió profundamente en el agua sin el menor chasquido, puede que en el momento justo para que lentamente nos fuéramos despegando de la costa.
-Esto antes era un volcán. En mil cuatrocientos y algo, creo, hizo erupción y destruyó la isla, dejando esa media luna de tierra donde ahora está el pueblo. ¿Sabías?
 –Hermoso.
El agua se ensanchaba a medida que nos adentrábamos en la caldera. Miré a nuestro alrededor e imaginé la lava deslizándose por la ladera de la montaña.
- ¿Crees que podría repetirse? –
-Está apagado.
Tenía muchas ganas de besarla. Cuando lo hice, se abandonó como si lo hubiera esperado.
Ya no me importaba llegar tarde, si no nos dejaban entrar en el castillo pasaríamos toda la noche tumbados en paz y que Largo nos paseara.
El mar estuvo como un aceite la siguiente media hora, solo estábamos nosotros, los chasquidos en la proa y la luna intermitente con la silueta del barquero al mando que a veces se me antojaba un espejismo.
Me dejé llevar, cada cosa que ella susurraba, hacía, cada centímetro de su piel, todo lo que provenía de ella me impactaba de tal forma que no necesitaba saber quién era.
Hasta que la embarcación cambió de rumbo siguió todo igual, sin contratiempos. Ahora el barquero parecía atareado en ponernos de proa al viento, y de pronto estaban aquellas luces bailando más adelante.
-Parece que se acerca un barco.
-No es un barco –aclaró la profesora-, ya estamos por llegar
Las luces chispeantes bailoteaban por todos lados, y según hacia donde se inclinaran el barquero corregía el rumbo. Tuvo que encender un fanal que colgó de la toldilla para hacernos más visibles. Ya no alcanzaba a distinguir otra cosa que no fueran aquellas luces titilantes. Pero había algo, además, algo que estaba fuera de foco y no tenía la nitidez de las cosas reales. Ella, sin embargo, dijo señalando, que allí estaba. No parecía natural que aquellas luces supuestamente pertenecientes a un castillo giraran a nuestro alrededor. Progresivamente también nuestra barca se puso a girar sin que el barquero intentara contenerla. Éramos una hoja a punto de ser tragada por un remolino. El agua abultaba, nos rodeaba y todo era muy confuso. Sentí tanto miedo que, instintivamente busqué la mano de mi compañera. Pero para mayor desconcierto ella ya no estaba. Se me aflojaron las piernas, las olas estallaban por todas direcciones. El barquero, no obstante, pese a la gravedad de la situación, se mantenía firme en su postura de dejar que las olas nos arrastraran hacia un promontorio que se entreveía en la bruma. Era el castillo amortajado por una plúmbea cortina de nubes. Pensé en arrojarme al mar y socorrer a la profesora que debía de estar luchando con desesperación por mantenerse a flote. Busqué una señal que me indicara hacia dónde debía nadar, no podía concebir que hubiera desaparecido de ese modo y yo sin poder hacer nada por salvarla. Estaba tan aturdido que aunque no sabía si iba ser capaz de impedir que la corriente me arrastrara a mar abierto, salté de todos modos.
El contacto con el agua me transportó a algún sitio de mi pasado mientras me perdía en la tumultuosa correntada. Comprendí que no tenía sentido ofrecer resistencia, su fuerza de arrastre era infinitamente superior a cualquier intento que pudiera hacer. Di unas brazadas de desesperación quizá para convencerme de que aún podía pelear,  pero las olas me llevaban de un lado a otro, aunque siempre conseguía asomar la cabeza a la superficie para tomar una bocanada de aire. Busqué la barca, no podía estar lejos, o la habían sepultado las olas o habría zozobrado al chocar contra las rocas que a veces vislumbraba entre la espesa bruma. Seguí dando brazadas para mantenerme a flote hasta que una enorme ola me arrimó a la orilla.
Creo que debí perder el conocimiento, no sé cuánto tiempo estuve tirado en la arena, me despertó un griterío, recuerdo que estaba por amanecer. El mar se había calmado, incluso alcancé a ver la barca, no muy lejos de donde me encontraba. Corrí con el resto de fuerza que conservaba para hacerle señales al barquero con las manos y gritando “aquí, aquí”, porque veía que la embarcación empezaba a apartarse de la orilla. Tenía alcanzarla y que me llevara de vuelta, debía dar parte a la policía para que iniciaran una búsqueda de la profesora de baile. Recién entonces me di cuenta de que no sabía su nombre. Mejor me quitaba de la cabeza lo de ir a la policía. Estaba temblando, con un frío que me calaba los huesos. Apenas conseguía moverme cuando el barquero, con extraordinaria pericia burló al fin la rompiente y se alejó definitivamente.
 
Continuará …
 

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